Transtorno por Atracón: Cuando Perdemos el Control con la Comida
Es bien sabido por todos que la comida funciona como regulador emocional; a nadie le extraña ver una película o serie en la que la protagonista engulle un litro de helado tras una ruptura sentimental o que alguien se abra una botella de vino tras un largo día de trabajo. Sin embargo, hablamos de un trastorno por atracón cuando estas conductas se dan de manera recurrente como forma de manejar la ansiedad y el malestar en nuestras vidas.
Este trastorno, que afecta en torno al 3% de la población, se da con más frecuencia en mujeres con edades comprendidas entre los 25 y 45 años. Se caracteriza por episodios de ingesta de grandes cantidades de alimentos con la sensación de pérdida de control sobre lo que se come y va acompañado, posteriormente, de una gran sensación de vergüenza y culpa.
Como ocurre con el resto de los trastornos de la conducta alimentaria, las causas son múltiples y su aparición no depende de un único factor. Encontramos, por tanto, factores de vulnerabilidad genética que se asocian con otros de carácter psicológico como la baja autoestima, ansiedad y dificultades en la gestión de las relaciones interpersonales, entre otros. Además, solemos encontrar una historia previa de dietas fallidas, así como otros factores de carácter sociocultural y familiar.
Durante los episodios de atracones, la persona ingiere una gran cantidad de calorías en poco tiempo y, a diferencia de la bulimia, no se realiza ningún tipo de actividad compensatoria posterior, por lo que habitualmente este trastorno va a acompañado de un aumento de peso y/o obesidad. Esto se traduce en un aumento del riesgo de padecer diabetes, hipertensión o problemas cardiovasculares y gastrointestinales.
Además de las consecuencias físicas naturales, encontramos otras de carácter psicológico que muchas veces funcionan como mantenedores del problema (dificultades en el control de impulsos, vergüenza y síntomas ansioso-depresivos).
Como podemos observar, no sólo se trata de un problema alimentario, sino que viene acompañado de un profundo malestar físico y mental. Por todo ello, se requiere una intervención global guiada por un equipo multidisciplinar formado por psicólogos, nutricionistas y psiquiatras. El tratamiento debe centrarse en diversas áreas de la vida de la persona para revisar la gestión emocional y el control alimentario, reeducar en hábitos y rutinas más saludables, así como facilitar la adquisición de herramientas para la gestión del estrés y el malestar en el marco social y familiar.