Disciplina

Estudiante adolescente ansioso

Del lat. disciplīna. Especialmente en la milicia y en los estados eclesiásticos secular y regular, observancia de las leyes y ordenamientos de la profesión o instituto. SIN.: orden, observancia, obediencia, rigor, método, regla, norma.

La disciplina, entendida como el hábito que cada persona genera al llevar a cabo una determinada conducta en base a su compromiso y autocontrol, no comporta un significado negativo como tal. De hecho, una disciplina que entre dentro del sentido común puede resultar beneficiosa a la hora de crear una rutina cotidiana, organizarse el día a día y hacer una planificación realista a corto y medio plazo.

Pero, ¿qué pasa cuando el sentido común empieza a cumplir aquello de ser el menos común de los sentidos?

Durante los últimos años, en numerosos ámbitos el concepto de disciplina ha ido evolucionando hacia una versión retorcida de sí misma que, lejos de organizar, termina esclavizando a la persona y encadenándola a rígidas dinámicas que nada ayudan a que se sienta más tranquila, como debería ocurrir cuando, por propia definición, se están siguiendo los ordenamientos establecidos. Sin incertidumbre, con un camino pactado a priori…
¿Entonces por qué cuando pensamos en disciplina, pensamos también en sacrificio o sufrimiento? ¿No debería ponerlo más sencillo?

Uno de los mejores ejemplos de la tergiversación del concepto de disciplina opera en el perímetro de los trastornos de la conducta alimentaria. Las pacientes acuden a consulta alabando su “fuerza de voluntad” a la hora de restringir, o llorando la ausencia de ésta cuando el cuerpo, cansado y hastiado del maltrato, dice basta. La constancia se convierte en obsesión y la disciplina en un férreo control que, además, el resto tiende a alabar.

El actual bombardeo de información sobre “hábitos saludables” en el medio audiovisual, en especial las redes sociales, no hace sino empeorar la concepción construida de que, en nombre del esfuerzo y la constancia, el mal trago se verá recompensado con los resultados, dejando leer entre líneas que si no lo consigues, es porque

a) No quieres, b) No te pones, c) Te puede la holgazanería o d) Todas las anteriores. Tu influencer favorita te enseña sus rutinas de ejercicio y recetas fitness, explicándote al detalle qué pasos debes seguir para ser como ella, como si fuera muy fácil y lo único que os separara fuera la voluntad. Tú estás sentada en el sofá después de tu jornada laboral de ocho horas, con una lavadora puesta en horario valle que tienes que dejar tendida antes de irte a dormir mientras cenas sobras del pollo asado de hace dos días y, entretanto, haces scroll sin parar de un mundo que, supuestamente, está ahí fuera, al alcance de tu mano, un mundo de entrenamientos de espalda y bíceps y tortillas de espinacas elaboradas sin aceite acompañadas de tomates cherry.
Y entonces te surge la duda: “¿Podría estar haciéndolo mejor? ¿Me falta disciplina?”.

Otro de los principales problemas a este respecto es la asociación que se genera entre un determinado tipo de aspecto físico o constitución corporal y el ser o no ser disciplinado. Desde hace mucho tiempo, los cuerpos gordos se han vinculado a la vagancia, la desmotivación y, por qué no, la culpa, como si el mero hecho de existir en el mundo supusiera un peligro para la salud pública. En la otra cara de la moneda, la delgadez y la musculatura pronunciada se conciben ligadas al éxito, la belleza y, para sorpresa de nadie, un estilo de vida “disciplinado”: ir al gimnasio varias veces a la semana y comer “sano”. Sin pasarse, sin hacer excesos, sin permitirse, contando, calculando… Quizá es una impresión, pero suena como si la disciplina, más allá de aliviarnos de cosas en las que pensar, nos pusiera más responsabilidades sobre los hombros.

Lo que es innegable es que este doble rasero está ahí, presente en la sociedad y en el día a día. El culturismo extremo y la promoción de dietas y rutinas muy exigentes en redes sociales son ejemplos de cómo se exalta la disciplina, a menudo con un enfoque poco saludable, presentando una versión idealizada de lo que significa ser disciplinado en el cuerpo y la mente. Estas imágenes de esfuerzo constante y sacrificio no solo influyen en cómo percibimos la disciplina, sino también en la manera en que valoramos a los demás y sus cuerpos.

Es curioso cómo se juzga a quienes no encajan en ese molde ideal de disciplina y cuerpo, sin tener en cuenta los factores personales, sociales y biológicos que influyen en cada individuo. A menudo, se asume que aquellos con cuerpos que no responden a ciertos estándares de belleza o rendimiento no están siendo suficientemente disciplinados, cuando la realidad es mucho más compleja. ¿Acaso se están teniendo en cuenta las decenas de factores, fijos y variables, que determinan la constitución, el peso o la forma del cuerpo de una persona, aparte de la disciplina, si es que realmente ésta es uno de ellos? La respuesta es evidente: no.

En los últimos años se han dado muchos pasos contra la discriminación y la gordofobia, así como a favor de la inclusión de la diversidad corporal en todas las áreas, pero no se debe perder de vista el camino que queda por delante. La mayoría de estos problemas son estructurales, fomentados en numerosas ocasiones de forma inconsciente por los mismos que abogan abiertamente por el respeto. Todos hemos de trabajar en la autocrítica y de revisarnos a nosotros mismos constantemente, para evitar perder de vista los significados y concepciones originales de cosas que los han perdido, como es el caso de la disciplina, los hábitos saludables o la fuerza de voluntad.

Uno de los trabajos del terapeuta en el ámbito de los trastornos de conducta alimentaria es enseñar al paciente a recuperarse en un mundo que, muchas veces, es hostil a dicha recuperación, fomentando el pensamiento crítico y la construcción de unos valores firmes.

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